Karim García Belhadj (utilizamos nombres ficticios para esta historia real) tiene cuatro años y es fruto de uno de tantos matrimonios mixtos que componen la nueva realidad de nuestra sociedad andaluza. Aunque habla también el árabe, es su lengua materna, se comunica tanto en casa como en la calle en español, en la variante andaluza de la lengua cervantina. Aixa Belhadj está muy contenta con que su hijo disfrute de tantos derechos que para ella eran desconocidos en su tierra natal. Por ejemplo, admira y utiliza nuestra sanidad pública y gratuita, aplaude que su marido contribuya a ello con sus impuestos, no entiende por qué tanta gente se empeña en comprarse coches y motos cuando el transporte público funciona tan bien (evidentemente las comparaciones nos benefician en esta ocasión). Ella como mujer se siente aquí libre y realizada, trabaja y le gusta estar al tanto de la actualidad, sobre todo de lo que ocurre en su Marruecos natal, y habla bastante bien el español, incluso lee de vez en cuando, “sobre todo poesías de Miguel Hernández”. Las ansias de libertad la trajeron a esta tierra, la libertad de elegir al hombre con quien compartir su vida y la libertad de desarrollarse como persona al margen de otras imposiciones: ideológicas, culturales y económicas. Se autodenomina creyente y musulmana “yo rezo todos los días, que Alá es grande”; no usa velo “simplemente me parece innecesario”, sigue vistiendo a la europea y declara sin tapujos no sentirse identificada con muchas de las tradiciones conservadoras y machistas presuntamente islámicas, “que desde luego no están en el Corán”.
Desde pequeño, su hijo asiste a un colegio público. Karim que nació en España, se extraña de algunas cosas de su cole… “Mamá: somos moros?”… “¡Papá, tú tienes un camión, y en el cole me preguntan si tienes una, una… sí, una patera!” Aixa hace de tripas corazón y le explica que algunos dicen las cosas sin pensar, y que no haga caso; además tiene el respaldo de la profesora “que es un encanto, y del director, que siempre me ha facilitado las cosas, empezando con la matrícula de cada curso”.
El problema vino la semana pasada. La encantadora profe (lo sigue siendo) ha organizado una procesión de semana santa con los alumnos de su curso y también con los de cinco años. Como actividad multidisciplinar, incluye canciones y música de semana santa. Los alumnos decorarán el paso y colorearán al cristo y a la virgen que van a preparar con distintos materiales. Los padres tendrán que vestir a los niños para la ocasión, con mantos y capirotes, y hasta habrá un pregón. Karim al principio se extrañaba de que en vez de seguir con lo de antes, prepararan de pronto en su clase a un hombre clavado y con tanta sangre, y a una mujer con muchas lágrimas, pero quiso participar como todos sus compis.
Aixa, que no siempre tiene a su marido en casa, empieza a preocuparse: sufre por su hijo, pero no quiere que lo marquen y le cuesta ir a decirlo en el colegio. Se pregunta si algún día escapará de las imposiciones ideológicas. Ella no sabe cómo en este país, que le parece tan próspero y tolerante, hemos dejado que se cuelen por las grietas de esa malentendida tolerancia las imposiciones eclesiásticas y los gustos folclóricos, mal llamados culturales, de algunos. Y de paso, cómo se ha llegado a mezclar los santos con el aprendizaje del cálculo o con el conocimiento del medio.
Lucía González le cuenta a Kharim que sus padres no quieren que tenga que perder el tiempo con esas actividades. En su casa van a misa pero no son aficionados a las cofradías. Ha venido a hablar con la profesora y Lucía no participará en la actividad. Karim la mira, mientras trabaja con sus amigos en todo eso, sentadita en un rincón del aula, copiando y copiando con cara de aburrimiento.
Al padre de Lucía le han dicho lo mismo que al de Pedro Luis, que no admite que marquen a su hijo como religioso ni como no religioso en un Centro Público. Ya lo han puesto junto a Lucía, pero lo único que hace es dormitar sobre su mesita. Le explicaron que es la tradición, que es lo que aquí se hace de toda la vida, que si la identidad y no sé qué mas cosas, pero él ha denunciado el caso a la Inspección y espera que actúen para que se cumpla la normativa.
Eso de toda la vida está ya muy visto, pero yo, que hice la E.G.B en los 80, jamás pasé por eso en mi colegio. Simplemente las procesiones estaban por las calles, y si nos gustaban las veíamos, y si no nos gustaban pues no. Eso sí, no olvido que me echaron un día de mi clase: mis compañeros me gritaban “¡Ateo, judío” y un cura que, en lugar de mi maestro, acababa de entrar en el aula añadía… “O testigo de Jehová…¿verdad? Pero ¿qué eres tú entonces para no dar religión?” Claro que como yo sabía la respuesta, que yo era malagueño, y que mis “compis” se equivocaban, me fui al despacho del director y allí me quedé tan tranquilo, pues me puso a ordenar fichas y eso me gustaba.
No me puedo imaginar debajo de un paso (o trono como dicen en mi tierra), ni con un Cristo, ni Alá, ni Buda, por muy gordito y bonachón que me parezca. Claro que si lo hicieran todos mis amigos y si tuviera cuatro o cinco años seguramente lo haría yo también.
Pero ni ellos ni yo podríamos escapar a la suspicacia de cualquier espectador. No verían en esos pequeños de infantil marchando en procesión la realización de una simple actividad de un colegio, sino de algo ligado claramente a la religión católica, aquella que acompañó y acompaña todavía a los gobiernos más poderosos del mundo, la religión que con el anzuelo de la cultura y de la tradición, tragado por personas de buena voluntad como la maestra de Lucía, pero que ignoran los límites de su trabajo, obliga a incluirla y hacerla visible incluso en los colegios públicos. Unos colegios que por la Constitución española tienen que ser laicos.
Espero que la próxima Actividad del colegio de Lucía y Karim no incluya crucificados ni vírgenes dolorosas, ni penitentes de cuatro o cinco años. Espero que no tengamos que explicarle a ningún niño que el infierno NO es cosa de la escuela, sino de aquellos que libremente quieran creerlo; y sobre todo que la vida la amamos todos, y que no hace falta llorar para ir a ningún cielo prometido en las mismas aulas en que le explicarán los giros de los planetas, y las razones del clima y de las estaciones.
Espero que el uso de la razón para entender la realidad no se vea puerta con puerta con los mitos y dogmas, y que los valores humanos, la paz, la solidaridad y el amor para entendernos y relacionarnos, que son patrimonio común de la civilización humana, dejen de ser patentados por ninguna multinacional, por muy católica que sea y por mucho sueldo y poder terrenal que consigan del Estado para meterse en el aula de los compañeros de Lucía, Pedro Luis y Karim.
AMEN
(Texto recibido por nuestra socia Maria Dolores González y escrito por el hijo de un profesor de secundaria de Sevilla).