A veces se plantea si para ser laicista es necesario o conveniente profesar una/varias/ninguna religión. La respuesta académica y formal es que ser laicista es, basicamente, una actitud filosófica o política que no requiere ninguna creencia sobrenatural ni tampoco la ausencia de ellas. Es decir, se puede ser laicista y a la vez ateo, se puede ser laicista y a la vez creyente o se puede ser laicista y no tenerlo muy claro en cuanto a tus creencias. Ya sabemos que en asuntos de religión "Is very dificult todo esto" Además, el laicismo considera que las creencias son un asunto privado, por lo que ni siquiera te van a preguntar por ellas.
A lo que el laicismo se opone radicalmente es a una práctica fundamentalista y excluyente de la religión. A que formar parte de un grupo religioso implique ventajas o inconvenientes para las personas. Por ello es que el laicismo rechaza la intervención de los clérigos en política, porque siempre van buscando precisamente esa discriminación. Discriminación que puede realizarse en sentido positivo, es decir, en forma de privilegios para los seguidores de un culto determinado que pueden ser de muchos tipos: Pagar menos impuestos, obtener terrenos y propiedades públicas, tener catequistas en las escuelas para adoctrinar a sus hijos, contar con presencia de clérigos en actos oficiales etc.
Esta discriminación también puede realizarse en sentido negativo, es decir, relegando a una categoría inferior a los que no siguen su religión. ¿Y cómo se hace esto? De diversas formas, como exhibiendo símbolos de una religión concreta en espacios públicos, mediante la participación de cargos públicos en ceremonias de esa religión, o convirtiendo en obligaciones legales los preceptos de una religión concreta.
Por desgracia en España "disfrutamos" de una amplia variedad de trasgresiones del laicismo y de la libertad de conciencia, devaluando de tal modo la calidad de nuestra Democracia que puede ser uno de los principales factores que lleven a muchos ciudadanos a pensar (y cantar) que "lo llaman democracia y no lo es"
Ahora bien, si un creyente no reclama estos privilegios y le basta su fe para ser fiel a los principios de su religión. Si no se plantea usar su pertenencia a un grupo religioso como lobby o como instrumento para medrar y subir puestos en la escala social, si es capaz de resolver en el ámbito de su conciencia particular los dilemas que le plantee su creencia a la hora de actuar como ciudadano y respete todas las demás opciones del resto de sus vecinos, se puede perfectamente ser creyente y laicista (y buena persona, en su caso).
Es decir, lo que distingue a un laicista no son sus creencias trascendentes o sobrenaturales, sino su respeto por la libertad de conciencia de todas las personas.
Entonces, ¿por qué se suele hacer una asociación entre laicismo y ateísmo?
En primer lugar, porque la mayoría (y no digo todos por prudencia) de los ateos, son lógicamente laicistas, especialmente en el sentido de evitar las intromisiones de la religión en asuntos públicos. Así que podemos encontrar dentro de las organizaciones laicistas muchas personas que se autoproclaman ateos. Que conste que no le preguntamos a nadie.
También es frecuente que ese ateísmo mueva a criticar no solo las injerencias públicas de la religión (lo que sería ámbito del laicismo) sino los propios dogmas o ritos de esta, lo que ya excedería los límites. En este caso, la postura laicista oficial debe ser la indiferencia, el no considerar ninguna crencia o descreencia mejor ni peor, siempre dentro de los límites de los derechos humanos.
Eso es el laicismo oficialmente, pero está claro que individualmente cada uno es libre de utilizar su libertad de expresión para bendecir o criticar lo que le venga en gana, respetando a los demás. Y es aquí donde está el quid de la cuestión que genera tanto debate en círculos librepensadores: El laicismo exige respeto a las demás personas, pero no a las ideas de esas personas. Sería admisible que yo, personalmente, no como organización, dijese que creer en la vida eterna es una idea falsa, incluso que dijera que es una gilipollez como un piano, pero no debería decir que los que creen en eso son esto o aquello. Esta segunda opción sería rechazable para el laicismo.
Ocurre también que entre los ateos hay dos enfoques, los liberales (o egoístas según se mire) que piensan que la fe es un problema de cada uno mientras no te metas en mis asuntos y que a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga. Y por otro lado tenemos a los dogmáticos (o generosos) que piensan que la religión es realmente dañina para las personas y consideran casi un deber sagrado evangelizar a los que no han aceptado la verdad. Los primeros no suelen tomarse la molestia de criticar otra fe, porque, aunque les parezca igualmente ridícula una creencia, tampoco la ven peligrosa y si hace que alguna gente duerma mejor pues bien está. Los segundos sí que suelen ridiculizar estos dogmas y, al fin y al cabo, están en su derecho de hacerlos, aunque esto no les haga ganar amigos.
Asunto más espinoso es cuando se califican las religiones o iglesias en su conjunto. Y es que la mayoría tienen historias largas y ejemplos de cualquier defecto o virtud que se les quiera adjudicar. Así cuando alguien dice que la iglesia es misericordiosa podrá ponernos ejemplos que lo apoyen, pero tampoco hay que hacer un esfuerzo para encontrar ejemplos de lo contrario, siendo así un terreno en el que conviene ser prudente tanto al poner calificativos como al rechazarlos. De todos modos, es una discusión que solo puede llevarnos a afirmar que la Iglesia Católica y muchas otras religiones han hecho casi de todo a lo largo de su historia.
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