En este artículo pretendemos explicar cómo funciona este invento y por qué lo consideramos un engaño.
Los impuestos en esencia funcionan como un mecanismo de redistribución de la riqueza. La sociedad, a través del Estado, organiza una serie de infraestructuras y servicios comunes. Para ello, necesita evidentemente fondos, y esos fondos los recauda de los ciudadanos y las empresas a través de los impuestos. Es decir, se toma dinero de los bolsillos privados para destinarlo a fines públicos.
La gracia del asunto es que esos fines públicos son determinados por los gobiernos y son "para todos". Los ciudadanos podemos, mejor o peor, decidir a qué fines se destinan nuestros impuestos, a través de los sistemas democráticos de representación, pero es una decisión colectiva, para todos. A diferencia de lo que ocurre con nuestro propio dinero, que podemos gastar o invertir en lo que mejor nos parezca.
Esta es la teoría. Evidentemente muchos podemos opinar que los impuestos son excesivos, que la carga no se distribuye de forma adecuada, que no se gastan eficientemente y que los mecanismos de representación son tan lejanos que poco o nada cuenta nuestra opinión para elaborar los presupuestos. Al margen de estas carencias, este es el sentido, la razón de ser de los impuestos.
La famosa crucecita en el IRPF es un mecanismo que permite que los contribuyentes podamos elegir entre destinar una parte de nuestros impuestos a los fines generales del Estado o a una organización religiosa particular. Este mecanismo es de entrada rechazable por dos motivos: El primero es que se rompe con el sentido de los impuestos. ¿No quedamos en que los impuestos van destinados a fines comunes? ¿Por qué se detraen sus buenos millones para destinarlos a fines particulares?
Más aún. Si los impuestos son fondos que pasan de la gestión privada de cada uno a la gestión pública del Estado, ¿por qué se permite que su reparto se haga según una decisión privada del contribuyente? Eso no tiene sentido. Si puedo elegir qué hacer con ese dinero, no me lo quites y yo lo destinaré a los fines que mejor me parezcan, igual que hago con el resto de mi dinero.
¿Cuál es el problema? ¿Por qué se hace esta jugada más propia de trileros que de la Agencia Tributaria? Hay dos razones:
- La primera es que cuando el dinero estaba en mi bolsillo, yo podía elegir entre muy distintos destinos, pero al pasar por la bondadosa mano del Ministerio de Hacienda me reducen las opciones a cuatro: iglesia católica, cóctel de ONGs decidido por el Gobierno, ambos o ninguno de los anteriores. De ese modo nos limitan nuestra libertad. No podemos destinar ese dinero a otras confesiones religiosas o a otros fines que nos parezcan más meritorios. Hay un selecto club de amigos de Hacienda y si no estás en él, eres ciudadano-pagano de segunda.
- La segunda es la falta de confianza de la iglesia católica en la disposición de sus fieles para contribuir libremente al sostenimiento de su querida religión. He de decir que yo comparto sus temores, pero se me ocurren formas mejores de estimular el donativo que hacer un pacto con el Estado para que nos quite de forma coercitiva a los ciudadanos el dinero para financiar dicha organización. Como diría Carlos Jesús "Mu poquita fe"
Podemos verlo con un ejemplo: Imaginemos, por simplificar, un contribuyente que paga 10.000 € de IRPF. Según el número de casillas que marque, sus impuestos se distribuirán de la siguiente manera:
Asignación privada | Contribución a los fines comunes | |
Ninguna casilla marcada | - | 10.000,00 € |
Una casilla marcada | 70,00 € | 9.930,00 € |
Dos casillas marcadas | 140,00 € | 9.860,00 € |
¿Quién es más solidario? ¿El que contribuye totalmente al sostenimiento del Estado o el que contribuye menos?
Parece mentira que todo este follón haya sido promovido por una organización a la que su líder y referente espirutual ordenó, hace 2.000 años, "dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César".
¿Qué parte del mensaje no han entendido?
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