Sevilla Laica viene luchando por la laicidad de la educación
pública, condición ineludible para conseguir una democracia que, hoy todavía imperfecta, se reinició en España
tras el final de la dictadura; un Estado de ciudadanos, no de fieles o
súbditos, iguales en dignidad y derechos.
Pero el progreso de los españoles tiene aún una rémora que los
historiadores denominan la tradicional de la alianza entre el trono y el altar.
El Concordato de 1979 España – Estado Vaticano la revalidó sin que los
diferentes gobiernos hayan tocado apenas en estos años los privilegios que la
Iglesia ha seguido disfrutando: se le ceden edificios y solares, se financia a
sus miembros, curas, jerarquía, catequistas, etc.; se les conceden exenciones
fiscales, se mantiene su inmenso patrimonio y además, se les entregan jugosos ingresos directos, vía
PGE (Presupuestos generales del Estado), IRPF (casilla específica), potestad
para inmatriculaciones, etc.
Decimos la Iglesia, y no los
católicos, pues en España ya hay datos publicados en la prensa sobre la creciente secularización de la sociedad
española, por encima de diferencias ideológicas o creencias religiosas. Muchos
católicos están de acuerdo en la necesidad de avanzar en la separación
Iglesia / Estado que evitaría esos privilegios;
prefieren la catequesis en la parroquia y no en la escuela, no comulgan
con las presiones sobre el poder civil de la Conferencia Episcopal para anular
o mediatizar las leyes que la democracia ha ido consensuando y emitiendo: divorcio,
investigaciones científicas (células madre,
reproducción asistida…), métodos anticonceptivos, interrupción del embarazo, igualdad de
derechos de los homosexuales, etc.
Pero la historia es tozuda y no nos deja olvidar el pasado. De
repente advertimos que de él vienen las razones, los factores, los hechos que desencadenan en el presente estas tormentas
que todo lo remueven de nuevo, enfrentándonos a situaciones indeseables que nos desvelan lo que aun no
somos.
De nuevo ha ocurrido. En este caso, el espejo que nos
devuelve la imagen de las deficiencias de nuestra aun no real democracia es una
decisión de las autoridades de la Universidad Complutense en relación con una de las capillas católicas
que se mantienen en su seno. Las autoridades académicas ni siquiera pretendían
erradicarla, simplemente cambiarla de lugar; pero se enfrentan inmediatamente con
toda una cruzada para evitarlo. Surge la campaña mediática, se manipulan los
legítimos sentimientos religiosos de los católicos para que reaccionen
emocionalmente a instancias interesadas de la jerarquía, se llama al escándalo,
se animan las amenazas de los ultras, que apelan a un nuevo Franco (como muestra la imagen de una
pintada así en las paredes de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla)…
etc.
Ahora nos enteramos de detalles increíbles para los que
vivimos en la España del siglo XXI: esa Universidad, una de las más
prestigiosas de Europa, tiene 8 capillas católicas con sus correspondientes
capellanes, que reciben del Estado sus sueldos correspondientes. Y nos
sorprenden esos ciudadanos que reaccionan airados ante algo que es
perfectamente normal en una democracia: La universidad es el templo de un saber
sin dogmas, sometido a la duda y al debate. Una Universidad no tiene capillas.
La Constitución define un Estado aconfesional porque busca
el bien común, de ahí la laicidad de la educación pública en todos sus niveles,
pues atiende a la ciudadanía sin contemplar
sus particulares creencias u opiniones. El respeto constitucional a las mismas supone
que el Estado no se inmiscuye en cómo se organizan las distintas confesiones religiosas, y que éstas no tienen lugar en el espacio
educativo propio de la educación pública. Cada cosa en su sitio, y todos
contentos. ¿qué problema hay en ello? Nadie sale malparado
Y es que no se ha resuelto una de las claves de nuestra
esencial diferencia con las democracias europeas: el Altar , la Conferencia
Episcopal española, no se conforma con la actual situación de
privilegios que disfruta desde el Concordato, ni tampoco con alterar o
disminuir sus incursiones continuas en
las competencias propias del Estado, como en el caso de la educación, sino que para mantener su statu quo exige más de
lo que tiene, por si acaso alguien se atreve a recordar ese déficit democrático
que supone la actual situación de
privilegio. Cuanto más tiene, mayor es su batalla por no perder ni un ápice de
lo conseguido. Y ello a pesar de que una parte de sus miembros (colectivos de Redes Cristianas, Curas de Madrid,
Comunidades Cristianas Populares y un largo etc.) piden una separación del
Estado parecida a la del resto de Europa.
Sevilla Laica exige que se eliminen las capillas en la Universidad
pública, precisamente en el templo del
saber donde se educan las élites de españoles que constituirán, si se deja
actuar a la justicia y acaba con la corrupción, las clases dirigentes del
futuro. Exige una educación pública sin catequistas –elegidos
por su Obispo en razón de su fe- cuyas enseñanzas compitan pared con pared con
las lecciones de los profesores de ciencias o de humanidades; una Universidad laica.
La ciudadanía lo exige y lo merece. La libertad de
conciencia, la paz social, la convivencia en el Estado democrático de los que somos naturalmente
diferentes no puede existir sin ella.
Autora: María Dolores González, socia de Sevilla Laica - Europa Laica
Autora: María Dolores González, socia de Sevilla Laica - Europa Laica