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domingo, 8 de febrero de 2009
Ave Cesar, morituri te salutant
En Italia, la agonía de una muchacha, Eluana Englaro, está provocando una grave crisis institucional.
Los políticos de este principio de siglo parecen impelidos a dejar su nombre en los anales de la historia.
El sucesor del imperio romano, Silvio Berlusconi, parece que ha encontrado su camino para la trascendencia enmendando la plana al gran héroe de la unificación italiana, del fundador de la Italia moderna, Giuseppe Garibladi.
Si Garibaldi fue el que impuso el laicismo en Italia por la expeditiva vía de acabar con los estados papales y dar a Dios lo que era de Dios y a los italianos lo que era suyo, un triste sucesor al frente del Estado italiano, Benito Mussolini, volvió a meter al jefe de la iglesia católica en el juego político al crear el pseudoestado vaticano. Los cristianos de buena fe nunca se lo agradecerán bastante, no me cabe duda.
Y ahora, otro primer ministro (algún día aspiro a entender cómo votan los italianos) "Il cavaliere", autor de curiosas reformas legislativas, pone a los pies del papa a la sociedad civil italiana y dicta leyes para que la vida (y la muerte) de los italianos se rija por los dictados del Vaticano.
Si para ello tiene que provocar un coflicto institucional en Italia, enfrentando al Gobierno con el Presidente de la República y metiendo a los jueces de por medio, no parece preocuparle mucho. Así se forjan las leyendas, pensará Don Silvio (con arrimo o sin arrimo). Pues, nada, leña al mono. En Italia se habla de golpe de Estado, a mayor gloria del César.
Y todo ello sin mencionar el sufrimiento gratuito que se está causando a la familia de esa pobre chica que tuvo la desgracia de ser atendida en un hospital atendido por monjas donde se valora el sufrimiento humano como algo positivo, algo que ofrecerle a dios.
¿Qué dios es ese al qué agrada que la gente sufra? No creo que muchos cristianos compartan esa visión de un dios que se felicita al ver sufrir a las personas. Le recuerdo al papa que su reino no es de este mundo, así que no intente convertir al primer ministro italiano en un testaferro del Vaticano.
De todos modos no es mi intención abrir un debate teológico, sino apelar a la sensatez y pedir que el caso sea tratado desde una perspectiva humanista, puesto que de humanos, no de dioses se trata, y se deje morir en paz a Euliana y descansar a su familia.
Y por favor, si sufro un accidente en Italia y me veis muy mal, mejor no llaméis a la ambulancia. Prefiero desangrarme en una cuneta a convertirme en objeto de la inhumana sinrazón de estos políticos traidores a la democracia y con ansias de trascendencia.
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